Cuatro islas repletas de desafíos
Bordea la costa del fin del mundo hasta que el sol se fije a tu izquierda. Mantén el rumbo hacia las brumas y gira a la derecha cuando tu piedra solar brille azul. Navega después todo recto hasta el amanecer. Entonces mira atrás.
Hubo un tiempo en el que las tierras mágicas de Yssladril rivalizaban en belleza con el reflejo del sol en sus mares. La fina arena de sus playas refulgía como el oro; sus montañas, gigantes orgullosas, se alzaban hasta el cielo entreteniendo a las nubes que acariciaban sus cimas; y sus flores... ¡ah, sus flores!
Quizá sea lo que más añoro y más me duele recordar. Salpicando la tierra, pintadas de mil colores, desafiaban toda lógica con sus formas susurrando al viento su lluvia de pétalos y pólenes.
Hubo un tiempo en el que las primaveras sucedían a los inviernos, y los veranos daban paso a los otoños. La magia de Yssladril fluía con el paso de las estaciones... hasta que un día de primavera, cuando el primer diente de león voló alto, Fulvinter, el Gusano Blanco, desencadenó su aliento helado.
El Crudo Invierno sumió la vida en un letargo eterno, los vientos arrancaron las flores y los árboles quedaron desnudos; la nieve adormeció la tierra. El traicionero Fulvinter, movido por el resentimiento, había triunfado.
Hoy Yssladril aún conserva unas gotas de magia en forma de esperanza. Cuatro muchachos imbuidos de magia y dotados del descaro que dan la juventud y la ignorancia, se dirigen a la cima de Nífel, al cubil del dragón Fulvinter. ¿Triunfarán donde otros fracasaron? El Taimado Rival aún guarda muchos trucos en sus garras. Es posible que este viejo deba aún inculcar algo de sabiduría en esos cascos huecos...
En el extremo más remoto y olvidado del archipiélago, de difícil acceso, se eleva este gigantesco glaciar dominando el horizonte y sobresaliendo del resto de montañas.
Aunque es una enorme mole de hielo y piedra antigua, su interior esconde reminiscencias de un viejo bosque en un otoño helado. Algunos árboles, de nudosos troncos y hojas escarlatas, retuercen sus gruesas raíces hundiéndolas en el hielo. La hierba, totalmente pálida, recuerda a un campo nevado, donde cada brizna se mece lentamente con una fría brisa glacial.